Escrito por: Gabriela Moreno – Universidad de los Andes, Colombia
“La reina de belleza que no conoce otra historia”, fue el título que leí debajo de la foto que abre la exposición Postura y geometría en la era de la autocracia tropical de Alexander Apóstol en el MAMBO, después de mirar la imagen por un minuto ininterrumpido. El retrato en blanco y negro, sobre una pared tan intensamente roja, es una afirmación—y lo fue para mí incluso antes de leer el título— que exige la atención de todos los sentidos.
Como hija de migrantes venezolanos y como persona inconforme con los roles de género impuestos y perpetrados por la sociedad, la serie de retratos Régimen: Dramatis personae se sintió por momentos increíblemente próxima a mi realidad o a la realidad de personas cercanas a mí. De hecho, mientras miraba uno a uno los retratos, estaba pensando que debería traer a mi mamá a la muestra, pues su sensibilidad como artista y como persona que vivió bajo el régimen del chavismo e hizo lo posible por alejarse de él, podría percibir cosas que yo no alcancé a comprender y apreciar las obras en una nueva dimensión que superaría mi visión. Creo que, en realidad, muchos latinoamericanos podrán sentir la misma cercanía que yo al ver esta colección de retratos, pues las figuras representadas en la exposición de Apóstol son arquetipos que forman parte del imaginario colectivo que, directa o indirectamente, ha llegado a muchos de nosotros, incluyendo a las generaciones jóvenes.
El otro lado de la historia
El dilema del imaginario político, evidente en la representación de personajes de esta esfera social, es presentado además como un dilema de género y sexualidad, pues las figuras escogidas por el artista para personificar los arquetipos retratados son intencionalmente personas transgénero, que desafían los roles tradicionales de hombre y mujer en la sociedad. De esta manera, dialogan género y política en los retratos de Apóstol, dando cuenta de la relación a un tiempo evidente y oculta del régimen con la expresión y la identidad de género. La identidad de género como tema en esta exposición es tanto la reivindicación de una libertad suprimida por el chavismo, como una metáfora para abordar la identidad, en un sentido más amplio, contra la que atenta este régimen. Cada retrato de la muestra mira al espectador a los ojos, y pregunta: ¿cómo construir una identidad nacional y personal en una sociedad cada vez más autocrática, donde la individualidad y la diversidad son, en pocas palabras, un crimen?
La representación de personas transgénero es, además de una reivindicación de libertades, una reivindicación histórica: la exhibición muestra el otro rostro de la historia, que siempre ha sido entendida por medio de la centralización de figuras acordes a la heteronormatividad. En este sentido, los personajes de Apóstol representan el lado oscuro de la luna, ese negativo siempre presente pero ignorado, constituido no sólo por personas diversas sexualmente sino, por extensión, por muchas otras minorías que en el relato de la historia se han dejado de lado en pro de discursos dominados por la hegemonía imperante.
Un banquete con fuego como centro de mesa
La decisión curatorial de exhibir las obras a lo largo de un pasillo, unas frente a otras, con el de la reina de belleza y el del héroe en cada extremo de la sala, mirándose entre sí, da la sensación de encontrarse en una mesa de banquete con los invitados a los lados y los dueños de casa enfrentados. Añadido esto al tamaño de las obras, su falta de pigmentación y el rojo político de las paredes, el espacio genera un impacto visual que atrapa la sensibilidad del visitante. De esta manera, la disposición de los retratos complementa su significado al desplegarlos con dramatismo, de la misma forma que, de meras personas, los retratados se convierten en personajes, en dramatis personae.
Al avanzar por el pasillo, lo hacía bajo las miradas de los personajes y, de manera inevitable, el recorrido me alejaba de la reina de belleza para acercarme al héroe: el destino final de esta parte de la exposición parece ser, necesariamente, ese imaginario magnético del que, como naciones que una vez fueron colonias, difícilmente podemos desvincularnos del todo.
Después de este trayecto y pasando por otras obras del artista que dejo a la curiosidad del lector visitar, el pasillo desemboca en una sala espaciosa, donde acaba la exposición de Alexander Apóstol y esta confluye con la de Carlos Castro Arias: entre las dos muestras se establece un diálogo y una construcción identitaria conjunta entre Colombia y Venezuela. Así, la distribución del espacio es una invitación a los visitantes a hacer de la vida arte e imitar la manera en que las dos naciones se corresponden por medio de una historia compartida, reflejada en su producción artística. En la última sala de Apóstol, el discurso de Régimen:Dramatis personae sobre el otro lado de la historia se extiende en Partidos políticos desaparecidos, una obra que representa la progresiva extinción de partidos políticos minoritarios conforme se gestaron los últimos gobiernos democráticos y se instauró el chavismo en Venezuela. El mural simboliza el fin de la diversidad en el país, ya que la disolución de estos colectivos demarcó definitivamente el asentamiento del régimen autocrático: la abundancia de colores de la obra, correspondiente a la pluralidad política, se contrapone fuertemente al carácter monocromático—y rojo—de la sala anterior. El tamaño y el formato horizontal de la obra, acompañada por una silla frente a sí, acogen a cualquier espectador, incitando a la observación prolongada y, por lo tanto, la reflexión sobre el significado de la creación del artista venezolano.
Para quienes estén pensando en pasarse por el MAMBO de aquí a junio: vean las exposiciones teniendo en mente que la historia de Colombia es necesariamente la historia de Venezuela también, así como el arte de uno lleva al del otro. Nuestro entendimiento de la identidad colombiana se nutre de la frontera con Venezuela, de ahí que sea tan importante no perderse esta temporada de exposiciones.
Fotografías de Gregorio Diaz. Cortesía del Museo de Arte Moderno de Bogotá.